PRESENTACIÓN DE JESÚS EN EL TEMPLO
«Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, le pusieron por nombre Jesús, como había llamado el ángel antes de que fuera concebido en el seno materno» (Luc. 2, 21).
La circuncisión era el rito por el que un varón entraba a formar parte del pueblo elegido como Dios le indicó a Abrahán:«Esta es mi alianza con vosotros y con tu descendencia futura que habéis de guardar: Circuncidareis a todos vuestros varones»(Gn. 17,10).
En esta ocasión he tomado la personalidad del anciano Simeón. Soy un hombre anciano que vivo en Jerusalén. Todos los días subo al templo a rezar. Uno de esos día invernales me encontraba cerca de la puerta hermosa observando la gente que entraba, cuando vi por la escalinata como subía una joven pareja que me llamó la atención.
El Hombre llevaba en sus manos una jaula con un par de tórtolas y ella un niño en sus brazos. Cuando llegaron a mi altura, una inspiración del Espíritu me movió a coger a aquel Niño y exclamar: «Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz, según tu palabra : porque mis ojos han visto tu salvación».
La madre
La Madre asiente y con un delicado gesto y una sonrisa toma al Niño y se dirigen al lugar de la ofrendas.
Veo como sus padres se lo entregan al sumo sacerdote del templo, que pertenece a la tribu de Leví.
Viste la «prendas doradas»: Una túnica blanca de lino de una sola pieza. Sobre ella la toga sin costura confeccionada de lana azul celeste, y sobre esta, la más importante, el Efod, vestimenta de oro y sobre sus hombros las dos piedras del recordatorio que lleva una cadena que sujeta sobre su pecho, el «pectoral del juicio» compuesto por doce piedras preciosas distintas donde van escrita los nombres de cada una de las tribus de Israel.
Sobre su cabeza lleva la mitra que representa la sumisión que se le debe tener a Dios. El rayado del estofado, dan a la vestimenta una gran suntuosidad como corresponde a las figuras sagradas.
En sus brazos lleva un lienzo blanco donde María ha colocado a su Hijo como ofrenda según la Ley:«todo varón primogénito será consagrado al Señor»
Y yo, que me encuentro cansado por los muchos años de mi existencia, me quedo asombrado viendo la escena que tan magistralmente modeló mi señor Salzillo.
La expresividad de la cara del sumo sacerdote con sus ojos mirando al cielo nos transmite las emociones y la trascendencia que con ese rito está haciendo a Dios.
A mi si me había sido revelado que vería al Salvador, pero el Sumo sacerdote, sin saberlo, en aquel acto estaba ofreciendo a aquel Niño a su eterno Padre.